LA ESCUCHA ACTIVA
Publicado por xabi rodriguez en / 0 Comentarios
Nuestro cerebro es capaz de procesar más de 500 palabras por minuto mientras escuchamos, y parece que estamos obligados a vomitarlas una tras otra. Al parecer, estamos configurados para responder a lo que nos están contando, siempre alerta, pensando una respuesta, apresurándonos a resolver la cuestión antes de ser planteada, cortando incluso a la persona con la que interactuamos para terminar las frases, sin tener en cuenta lo que nos están queriendo decir, sin pensar ni siquiera lo que vamos a responder; se trata solo de ser rápidos, de ser los primeros en decir algo, de aportar más, de aportar lo nuestro. Con la única intención de ganar la conversación. Hemos dedicado los últimos tiempos a perfeccionar nuestra comunicación, a trabajar la dicción, a especializarnos en temas concretos, a buscar formas para llegar mejor a nuestros/as interlocutores/as, en definitiva, hemos fundamentado los pilares de la comunicación en la transmisión. Pero, ¿nos hemos parado a escuchar?, a prestar atención a lo que nos quieren decir. Un sabio dijo una vez que las personas tenemos dos orejas y una sola boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos.
¿Para qué realizar una escucha activa?
Mucho se ha hablado de este concepto desde que el psicoterapeuta Carl Rogers comenzara a ponerlo en práctica a través de sus procesos terapéuticos centrados en el paciente allá por los años 40. Aún así, y teniendo en cuenta la creciente problemática de comunicación efectiva que vivimos en la sociedad actual, no está de más recordar cuáles son sus fundamentos.
La escucha activa, al contrario que el ejercicio de oír, requiere de un esfuerzo activo y consciente, es una habilidad que debemos entrenar para mantener la atención en la persona que nos habla y poder llevar a cabo un feedback correcto. Se trata de escuchar lo que nos está diciendo la otra persona (pensamiento empático), teniendo en cuenta sus sentimientos, ideas y pensamientos (mostrar asertividad) y devolverle a nuestro/a interlocutor/a lo que hemos entendido. Todo esto, mediante un conjunto de técnicas verbales y no verbales (expresiones faciales, gestos, postura, apariencia, háptica, proxémica, paralenguaje) que hagan efectivo dicho proceso.
Pese a no estar genéticamente programados para escuchar, ya que, necesitamos ser escuchados y hablar de nosotros/as, y requerir de un esfuerzo considerable, está demostrado científicamente, que si somos capaces de realizar ese esfuerzo de concentración, y de entrenarnos en las diferentes técnicas para mejorar nuestra escucha activa podremos obtener múltiples beneficios:
– Aumenta nuestra autoestima y la de nuestro/a interlocutor/a
– Disminuye el nivel y la intensidad de los conflictos.
– Aprenderemos de las otras personas.
– Mejora nuestro rendimiento laboral.
– Ahorramos tiempo.
– Aumenta la cooperación e interacción entre el equipo.
– Genera un clima de confianza.
– Favorece la toma de decisiones.
Tendemos a dar consejos cuando nos hablan, a dar recomendaciones, a decir cómo debemos o no debemos sentirnos, a enjuiciar el mensaje, a intentar resolver los problemas…, pero casi nunca tendemos a escuchar, solo a escuchar. Si somos capaces de llevar a cabo esa tarea, la de entender al otro a través de lo que me está contando, entonces, y solo entonces, seremos capaces de conectar, de comprender, de ayudar, de realizar una escucha activa eficiente.
“El hablante siembra, el buen oyente cosecha” Proverbio chino